sábado, 14 de septiembre de 2013

Avance del primer capítulo

Ya se va acercando la fecha, muy esperada por mí, para que mi novela "Para encontrar al príncipe azul hay que besar a muchos sapos" vea la luz. Ya está en imprenta y si todo va bien para octubre estará en mi poder y en las librerías de toda España. Será, también, el momento de poner en marcha la presentación de la misma en Utrera,dentro de las actividades programadas para la Feria del Libro. Pero, aún, es pronto para adelantar más detalles de ese momento en el que se hará realidad el sueño que siempre tuve desde pequeña de publicar un libro. Leí en Internet (concretamente en Facebook) una frase que no se atribuía a ningún autor pero que decía "Todo en este libro es inventado, pero casi todo ha sucedido", me llamó mucho la atención esta afirmación por lo que en ella interpreto. Los personajes y situaciones que he reflejado en "Para encontrar al príncipe azul hay que besar a muchos sapos" son ficticios pero, quizás, los futuros lectores se encuentren reflejados en ellos porque hayan vivido algo similar a lo descrito. Es lo bueno de la escritura trasladar lo que se plasma en un folio a la realidad personal de alguien que, en su tranquilo rincón de lectura, se identifica con ese personaje o desea que algo igual llegue a su vida. Ojalá que las personas que decidan leerme difruten con su lectura tanto comoyo lo he hecho escribiéndola. Sería una gran satisfacción para esta aprendiz de escritora. Y para ir haciendo camino quiero compartir con los seguidores de este blog el primer capítulo de "Para encontrar al príncipe azul hay que besar a muchos sapos" cuando todo empieza y la vida de su protagonista, Constanza Torres, se ve alterada... Aunque se creía feliz con la vida que llevaba en esos instantes se ve obligada a reflexionar sobre su vida y amores intentando ver y reparar en vivencias que nunca quiso examinar... "Hoy 9 de noviembre he cumplido cuarenta y cinco años. Me gustaba y era feliz con mi desordenada vida. Pero algo ha sucedido, inesperado, y la ha trastocado o, quizás, llegue a hacerlo. No lo sé ni quiero pensarlo ahora. Llegué al domicilio familiar para celebrar mis cuarenta y cinco años en familia y llamé a la puerta dispuesta a aguantar los comentarios de cada año. Mamá siempre me dice: - Hay que ver cómo cambian las cosas, hija, yo con tu edad ya tenía hasta una nieta. Mis hermanas me miran, disimulando esa cara de pena, queriendo ocultar su pensamiento: - La pobre… siempre está sola. ¡Qué sabe nadie lo sola que puedo o no estar! Para qué contar si mi vida sólo me pertenece a mí. Cuando Inés, que era como nuestra segunda madre pues lleva con nosotros toda la vida, me abrió la puerta tenía una especial alegría en su rostro y, entre nervios, me hizo pasar hasta el salón. Allí estaban mis padres, hermanos y sobrinos esperándome. Las caras no eran las de siempre. Hoy nadie me miraba compadeciéndose de mi soledad. Estaban felices y me miraban alegres. Sobre la mesa y junto a la tarta de cumpleaños estaba la respuesta en forma de ramo de flores: un bouquet de flores variadas en las que predominaban las rosas blancas y rosas. Mis favoritas. Me sorprendió porque en casa todos saben que no me gusta recibir flores como regalo por lo que era de suponer que no venía de ellos. Pero ¿quién me las habría enviado a casa? Porque claro, vistas las caras, era más que evidente que eran para mí. Mientras me acercaba al ramo para leer la tarjeta recordaba la canción de Cecilia “…Y como cada 9 de noviembre, como siempre y sin tarjeta, le mandaba un ramito de violetas…”, sólo espero que éstas, aunque no sean violetas, sí tengan tarjeta. Y sí la tenían. La firmaba alguien que no podía imaginar. Alguien a quien la vida o el destino, o simplemente mi propia rebeldía, alejó de mi vida hacía veinticinco años: Miguel Rivera. Me sorprendió tanto que creí entrar en el túnel del tiempo y retroceder a mis dieciocho o veinte años cuando tonteábamos los dos dando por hecho que algún nos casaríamos y pasaríamos toda la vida juntos, a pesar de que nunca llegamos ni tan siquiera a ser novios ni tener una sola cita a solas. Recuerdo que apagué las velas, me dieron los regalitos y todo transcurrió con una alegría nada habitual en mis invernales cumpleaños. Me sentía mareada, agobiada, sólo quería llegar a casa… Necesitaba estar sola. ¿Pensar? ¿Meditar? Deseaba irme pero no podía truncar la fiesta familiar de la que hoy, más que nunca, era la protagonista. Debía esperar. Afortunadamente mi hermana mayor, Aurora, recibió la llamada de su marido y tenía que marcharse. Era la excusa perfecta para retirarme. Eso unido a que en ese instante empezaba a llover. _ Unos minutos más y ya estaré en casa… _ pensé. Por fin estaba sola con mis pensamientos. Necesitaba caminar. A pesar de la fina lluvia decidí ir a casa andando bajo el paraguas y cargando con las flores. ¡Cualquiera las dejaba en casa! Necesitaba sentir el frío en mi rostro y alguna que otra gota de agua que resbalaba del paraguas. Me cruzaba con otras personas, pero no las veía… Era como si la ciudad estuviera desierta. Yo sola en el mundo, aislada… No podía dar crédito. Sentía un cierto desconcierto cuando me paraba a pensar por qué el pasado había vuelto. No había tenido valor de abrir el pequeño sobre y leer la tarjeta de Miguel. ¿Que querría después de tanto tiempo? _ Bueno ya la leeré cuando llegue a casa _ pensé. Entré, al fin, en casa. ¡Qué día tan largo¡ Sólo quería darme un baño y desconectar de todo. Lo primero apagar los teléfonos. No quería más felicitaciones ni que ya nadie más se acordara de mí. Una vez más volvería a ser egoísta y me centraría sólo en mí. Decidí tomar un baño. Mientras caminaba por el pasillo daba vueltas a la tarjeta. ¿La abro? ¿No la abro? Y de repente sentí una curiosidad de quinceañera que me impulsó a abrirla con gran curiosidad. Entré en el dormitorio y me senté a los pies de la cama para abrir el sobre. Saqué la tarjeta y de repente reconocí la letra de Miguel y retrocedí a esos años tranquilos y felices en los que nada hacía presentir la vida que me tocaría vivir. Bueno hay que armarse de valor _ pensé _ vamos allá… Dí la vuelta a la tarjeta en la que aparecía el nombre: Miguel A. Rivera Medina. Economista. También el nombre de la multinacional para la que trabajaba y, como es lógico, dirección, números de teléfonos, fax y, en estos tiempos no podía faltar, su e-mail. Detrás, escrito a mano, “¡Muchas felicidades! Espero que pases un día inolvidable. Este fin de semana estaré en Sevilla. Tenemos mucho de qué hablar. Te sorprenderá recibir estas flores pero necesito verte. Llámame, por favor, Constanza. Besos” Y su firma. La leí varias veces. No tenía sentido. ¿Cómo después de tanto tiempo Miguel volvía a mi vida? No sabía nada de él desde hacía 25 años. Supe que terminó la carrera y se marchó fuera de España. Quizás coincidiera con él en alguna boda o funeral y poco más. No había pasado nada entre nosotros pero el trato era frío. Nunca entendí el por qué. A lo mejor me lo cuenta ahora. Pero, como siempre Miguel dejaba las decisiones amorosas en mi tejado. Yo tendría que dar el primer paso y llamarle. Qué fácil para él… - Bueno estamos a martes tengo días para pensar qué hago… ahora voy a tomar un baño. Necesito relajarme. Mientras llenaba la bañera retiraba de mi cara los restos de maquillaje y en el espejo, veía reflejada mi imagen. Me paré en esos pequeños surcos que el paso de los años me dejaban en el rostro, afortunadamente pocos gracias a la genética, pero me hacían recordar que quizás algunas de las cosas vividas serían las culpables de su aparición. Sin querer, y mientras casi a oscuras tomaba un relajante baño, miré hacia atrás… ¿Nostalgia? ¿Melancolía por un cumpleaños más o por la sorprendente aparición de Miguel? No lo sé… lo cierto es que se acumulaban en mi cabeza las escenas de mi vida: mi niñez, mis amores… no lo podía creer. Dicen que cuando estás próximo a morir por tu mente pasa toda tu vida en décimas de segundos y pensé: _ Puede que eso me esté pasando a mí… que esté próxima a morir, pero no físicamente sino a esta desordenada y bohemia vida. Es hora de pensar, rectificar, hacer examen de conciencia, como decían las monjas en el colegio. Salí de la bañera y, envuelta en mi albornoz favorito, me dirigí al salón para encender el brasero, unas velitas y varitas de incienso: - Este valdrá (para meditar decía en la cajita). Pues éste que de eso se trata. De meditar. Completado el ritual: velas e incienso ¡qué ironía _ pensé _ como si de una cita romántica se tratara! Bueno quién sabe… a lo mejor se trata de eso: de un bis a bis romántico con mi propia vida… Me senté en mi sillón favorito del salón dispuesta a pasar, seguramente, una larga noche de insomnio. No tenía ganas de someter mi vida a examen pero los recuerdos acudían a mi cabeza casi sin querer, aunque todos desordenados. Quizás como un simple reflejo de mi vida: desorden. Nunca lo he querido reconocer ni ver pero debo serenarme y ordenar los retazos de mis 45 años. De repente vino a mi mente una típica escena de mi niñez. Todos sentados a la mesa esperando a papá para comer… " Esto es parte del primer capítulo de la novela. Espero que lo disfruten y queden con ganas de leer más.

2 comentarios:

  1. Pues si dan ganas de leer más!!
    Un abrazo,
    Mariana_Santamaria

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    Respuestas
    1. Hola, amiga escritora en la distancia: Muchas gracias por visitar este humilde blog y me alegro que te haya gustado el principio de mi novela. Suerte a tí, también, con la tuya. Ya nos iremos contando.

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